05 de juliol 2007

4 DE JULIO - AYER UN DIA RARO, LA VERDAD

Ayer fue un día raro.

Lo primero fue lo del pasaporte, si.

Mi mujer y yo nos levantamos temprano para acudir a renovar el pasaporte. A pesar de los pesares nos ha entrado la afición por visitar este verano un país de los que son muy estrictos para pasaporte y visado.

Y nos fuimos para ello a la Comisaría de Badalona, que nos pilla cerca. Cuando llegamos allí, vimos con ojos somnolientos y un tanto incrédulos que a pesar del madrugon, había ya en la calle una importante cola, cuyos componentes observaron con ojos conmiserativos como nos acercábamos .

Puesto que faltaban casi dos horas para la apertura, nos dispusimos estoicamente a esperar. Dos hombres que estaban delante de nosotros comentaban que seguramente aplicarían un cupo como mucho de 40 personas. Conté el número de pacientes esperadores que nos precedían y constate que superaban en poco las cuarenta personas, por lo cual le dije a mi mujer que si era cierto lo que comentaban aquellos hombres, más valía que marchásemos antes de esperar en balde.

Pero una señora desde detrás nos manifestó que esto no se sabría exactamente hasta que llegaran los funcionarios que realizan los trámites y que el cupo tanto podía ser de 40 como de 60. Por tanto resignadamente seguimos esperando.

Cuando finalmente llegaron los susodichos funcionarios, apareció un policía que acto seguido repartió unas papeletas a los integrantes de la cola. Alguien dijo animadamente que se iban a repartir 60 papeletas, lo cual me permitió por unos segundos pensar que la espera no habría sido en vano, pero ¡oh desolación! Cuando faltaban dos personas para llegar a nosotros, dijo que se habían agotado las papeletas.

Luego me enteré que muchas personas hacían cola por cuenta de otras que no estaban presentes y este fue el motivo de que no nos llegasen papeletas. Una señora que estaba con nosotros lanzó un tímido “¿Puedo hacer una pregunta?”, a lo cual el policía que había repartido las papeletas, con voz enérgica, que no daba lugar a mayores comentarios, espetó: “¡No hay preguntas!”

Total, que nos fuimos mohínos por la espera inútil y por como se habían desarrollado los acontecimientos. Dejé a mi esposa y me marché a la oficina. Bajando del tren recordé que cerca de donde trabajo hay otra Comisaría donde expenden pasaportes y me acerqué a ella con la esperanza de encontrar allí la solución para los nuestros. El local estaba lleno, con lo cual ya de entrada supuse que ahí tampoco podría tramitar la renovación.

A pesar de ello me acerqué a una mesa frente a la que se agolpaba una pequeña multitud tratando de conseguir alguna explicación del policía que se parapetaba detrás. Quizás con un poco de suerte aquel policía podría darme alguna orientación sobre como resolver la cuestión y fui avanzando poco a poco, a medida de que se iban despejando las consultas de la gente que había delante de mí.

Y me faltaban solo dos, pero ¡fatalidad del destino!, el policía se levantó y sin dar explicación alguna marchó a algún lugar desconocido. Estuve esperando un rato a ver si regresaba, pero paulatinamente abandoné toda esperanza y malhumorado salí nuevamente a la calle.

Me encaminaba otra vez hacia la oficina, cuando pasé por delante de un bar en el Paralelo y me dije que por lo menos, ya que hasta entonces no habían resultado muy bien las gestiones que habíamos hecho, me daría un pequeño auto homenaje, a base de un pincho de tortilla de patatas.

Ya al entrar en el bar me echó un poco hacia atrás la estruendosa música que invadía el reducido local. No obstante y dado que no tenía mucho tiempo, desistí de buscar otro lugar y me acerqué a la barra, preguntando a la camarera si tenían tortilla de patatas. “Claro que si. ¿la quiere con un poco de pan con tomate?”

Respondí afirmativamente y me senté en un taburete, esperando que me sirviesen la tortilla y un botellín de cerveza sin alcohol. “Lo siento, botellines no hay, tendrá que ser una mediana”. “Esta bien, está bien”, respondí, pensando que me iba a sobrar bastante cerveza.

Pasaba el rato y no traían lo que había solicitado, hasta que finalmente le tuve que recordar a otro camarero que pasaba, que estaba pendiente de mi servicio. Finalmente lo trajeron, pero la tortilla estaba ardiente (cosas del microondas) y francamente incomestible. Supongo que la camarera observaría el gesto de desagrado con que mastiqué el primer trozo que me había llevado a la boca, porqué se fue a la otra punta de la barra.

Sin ganas de discutir, porqué estaba ciertamente desanimado, bebí un poco más de cerveza y pedí la nota. Con aire de profesora matemática la camarera tecleo en la máquina y ahí vino la otra sorpresa: Un pedazo de tortilla incomestible y una cerveza sin alcohol, 4,80 Euros.

Yo creo que el Euro como moneda nos distrae de la dimensión correcta de lo que estamos pagando. 4,80 Euros son casi 800 ptas. y esto de golpe nos sitúa en una apreciación más realista: independientemente de si era bueno a malo lo poco comido, el coste resulta notoriamente caro.

Esto me lleva a reflexionar sobre qué es lo que permite que tengamos en general un servicio malo, caro e inapropiado para lo que queremos, como ocurre en los bares de Las Ramblas, donde ya de entrada no te sirven cafés o cervezas de dimensión inferior a medio litro, indicando que no les resulta compensatorio. ¿Qué podemos hacer para evitar esto?

Desde luego lo que no se debe hacer es lo que yo hice, es decir, marcharme del bar cabreado, eso si, sin dejar propina y sin transmitir a la camarera los motivos de mi descontento.

Pero para todo eso, mañana será otro día.