¡Que calor! El sol pega
duro esta mañana en la playa…Pero al mismo tiempo un fresco vientecillo de levante
nos incomoda si nos guarecemos bajo la sombrilla. Fruto seguramente de la
lluvia de ayer, típica tormenta veraniega que por un momento abrió los cielos y
nos dejó un gran chaparrón.
Por el rabillo del ojo
miro al vecino que tenemos a la izquierda, a unos cuatro metros. Un tipo raro,
bastante raro. Está solo, tendido sobre una toalla en la arena y también bajo
una sombrilla un tanto deslucida. Lo sorprendente es que está totalmente
vestido, con una camiseta de chándal de manga larga, pantalones del chándal,
sandalias, que lleva puestas y en la cabeza una gorra con visera. Tiene puestas
unas gafas con cristales de espejo, que no dejan ver sus ojos, aunque
por la postura parece dormitar.
A su lado descansan una
mochila y una bolsa como las de los sacos para dormir de los excursionistas.
Pienso que aún con el
viento, aquel hombre no debe de sentirse cómodo instalado de aquella guisa, en
medio de la playa llena de bañistas a su alrededor. Pero como contra gustos no
hay disputas, me digo que ya se apañará. A lo mejor está resacoso.
Llevamos un rato allí
cuando me levanto para cambiar un poco la ubicación de mi silla, pero al darme
la vuelta me sorprende encontrarme con otro individuo que se había instalado a 1
metro escaso, detrás de donde estamos, vamos, encima nuestro. Asombrado miro a
nuestro alrededor. A pesar de que hay gente en la playa, lo cierto es que sobra
espacio por todos lados. Hay metros y metros de arena libre, en fin, ninguna
necesidad aparente de que se ponga tan cerca.
Miro a mi mujer con
expresión interrogante, encogiéndome de hombros, pero me limito a apartar un
poco la silla y sentarme de nuevo. Sin embargo he sentido como…como eso que te
da mala espina, ¿sabéis? ¿Qué necesidad
había de que se pusiera tan cerca?
Mi mujer se me acerca y
en voz baja me susurra – oye, ¿no será que pretende cogernos algo? Le contesto
con una mirada entre afirmativa y especulativa: por si acaso deberemos de
vigilar.
Pasa el rato y mientras
el de la izquierda parece seguir dormitando, el de detrás apenas se mueve.
Tiene apariencia de rumano o albanés, o yo que se…O de nada de todo eso.
Lleva puesto un bañador y
en ningún momento se ha quitado el polo que vestía. También permanece debajo de
una sombrilla, que no se por que, me da la sensación que es de la misma
manufactura que la que tenía el otro, sentado como un Buda y luciendo una
barriga similar a la de muchas estatuas representativas de esa deidad oriental.
De vez en cuando se fuma un purito, pero en ningún momento se ha levantado para
darse un baño, lo que ha aumentado mi mosqueo. Vamos, que a mi me parece
sospechoso.
No se han comunicado
entre si y sin embargo hemos tenido la sensación de que ambos se conocían. Yo
por si acaso ha agarrado con más fuerza mi mochila y he seguido sentado con un
ojo fijo en el de la izquierda y otro en el de detrás, a riesgo de quedarme
estrábico.
Tras mucho esperar, mi
mujer ha ido a darse un baño, sugiriéndome que vigile bien nuestras
pertenencias. Le contesto que bien y que yo ya iré luego, cuando ella regrese.
Al cabo de poco tiempo
regresa ella, pero yo tampoco me muevo. El vecino de atrás empieza a guardar
sus cosas. Parsimoniosa, muy parsimoniosamente. Y finalmente se marcha, lenta
muy lentamente.
Cuando al fin desaparece
a lo lejos, el vecino de la izquierda se levanta y se va andando en la misma
dirección que el anterior. Dejándose sus pertenencias allí, bajo la sombrilla,
en medio de la playa. La toalla, el parasol, el saco de dormir, la mochila.
Esto nos produce mayor
mosqueo si cabe. Miro la hora y como es la que teníamos pensado marcharnos,
recogemos a nuestra vez las cosas y nos vamos. Mientras andamos por la arena,
vemos que el ex vecino de la izquierda está regresando, completamente vestido,
con su gorra, sus gafas…
Será que leo demasiadas
noticias en los periódicos, será que me hago mayor y desconfiado, o serán
coincidencias, pero a mi todo eso me ha sonado raro, muy raro.
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