El vaporetto estaba pilotado por una mujer joven, más bien menuda, rubia, con el cabello recogido en una cola y que se protegía los ojos con unas grandes gafas de sol. Manejaba la embarcación con la destreza propia de alguien que lleva muchas horas en ese cometido. Las maniobras de atraque y arranque en las paradas eran perfectas, como si condujese un automóvil y no un pequeño buque zarandeado por el oleaje de las otras embarcaciones que navegaban cerca en un ámbito de denso tráfico marítimo.
Mientras pilotaba no paraba de hablar con un joven que estaba a su lado en la cabina, lo que al principio me hizo temer que prestase poca atención a lo que hacia, pero no tardé en darme cuenta de que hubiese podido llevar la embarcación con los ojos cerrados.
Llegamos al desembarcadero de la Plaza de San Marcos. Tanto mi mujer como ya habíamos estado con anterioridad en Venecia y en esta ocasión eludimos visitar los centros históricos de interés turístico. Bueno, no visitamos el palacio ducal, o la iglesia de San Marcos, u otros museos. Más bien nos interesaba ver la ciudad y tratar de captar cómo es Venecia, intentando encontrar aquello que no explican los guías y no se relata en los folletos turísticos.
Esto era difícil en realidad. En primer lugar porqué para ello se necesita tiempo y el nuestro era limitado ya que el barco zarpaba al día siguiente por la tarde y en segundo porqué la bella, romántica y espectacular Venecia es un lugar turístico de primer orden y resulta muy complicado ir quitando capa por capa esta acumulación de lugares comunes orientados al visitante: los palazzos, los museos, las tiendas para turistas, la gran cantidad de personas que circulan de un lugar para otro y que agotadas por el cansancio o por el calor se sientan en las terrazas de los bares, en las escalinatas, en el suelo, en cualquier parte o deambulan con gesto maravillado la mayor parte de las veces, pero también ausente en ocasiones.
Es imposible sustraerse a los cliches de la Venecia, narrada por tantos escritores, con su peculiar punto de vista, desde Casanova, Goldoni, Hemingway, Mann, Sartre, Proust, Brodsky y tantos otros, o, como se ha puesto de moda ahora, del de los que enmarcan en esta ciudad novelas de serie negra como las que escribe Donna Leon .
Es difícil olvidar también que esta ciudad ha sido escenario para grandes compositores y cantantes como Vivaldi, Monteverdi o Cavalli. El propio Wagner vivió y murió en Venecia. O que más contemporáneamente fue cantada con nostálgica tristeza por Aznavour. Decir Venecia es empezar a canturrear la archiconocida canción.
Posiblemente en pleno verano no sea el mejor momento para visitarla, aunque creo que la temporada turística para esa ciudad debe de durar la mayor parte del año.
Por tanto nos dejamos llevar al azar, sin ir a ningún sitio determinado y con los ojos y los oídos muy abiertos. Esa tarde andamos por los alrededores de la plaza, el palacio ducal y el puente de los suspiros, haciendo muchas fotografías y empapándonos del aire brillante y del ambiente. Luego volvimos al barco por un trayecto distinto, el Gran Canal, admirando los edificios y los efectos de la luz reflejada en el agua desde el vaporetto, pasando por debajo del puente del Rialto y disfrutando de los mil colores de las fachadas asomadas a ese espejo ondulante.
Cenamos en el barco, en esta ocasión en el restaurante Mallorca de la cubierta nº 5, que no es un self-service, sino que está atendido por camareros. Salvo por algunos pequeños problemas organizativos sin importancia, la calificación a otorgar es francamente buena.
Por la mañana nos levantamos temprano y nuevamente bajamos a Venecia. Yo arrastraba las consecuencias de un pequeño tirón en los gemelos de la pierna izquierda, que fui sufriendo en mayor o menor medida durante todo el viaje. Pero era tanta la curiosidad que sentíamos que decidimos atravesar andando la ciudad, desde el puerto, hasta la plaza de San Marcos, pasando nuevamente por el puente del Rialto, esta vez por encima
Ello nos permitió conocer una Venecia distinta. Pasamos por callejas, canales y plazas más alejados de los circuitos usuales de los turistas. Fue una visión un poco diferente de la ciudad de los canales en perspectiva postal. Vimos casas, bares y tiendas en callejones de una hermosura intensa. Rincones donde nos entretuvimos contemplando como los funcionarios de la ciudad realizaban su trabajo, que es como el de cualquier funcionario en otras ciudades, pero que lo realizan en barco y no en automóviles o camiones.
Nos paramos a descansar en la terraza de una cafetería, delante de la iglesia de San Stefano, viendo pasar a la gente, como si estuviéramos en Las Ramblas. ¿Hay algo más divertido que ver pasar a la gente tratando de imaginar cómo son, que relación hay entre ellos y a que se dedican?
Pasamos delante del teatro La Fenice, renacido de sus cenizas como el ave de la que lleva el nombre, entramos en atrios de edificios normales y corrientes, tratando de adivinar cómo viven los venecianos.
Y acabamos nuevamente en la Plaza de San Marcos, contemplando los salones del café Florian y chafardeando en las mil tiendas de souvenirs, para comprar finalmente un pequeño jarrito de cristal de Murano ¿Como no?
Intuyo que hay una Venecia no tan conocida y que puede ser más sorprendente. Pero a lo mejor es que esta ciudad con sus paisajes impresionantes, su historia, su acervo cultural y su peculiar atmósfera, puede ofrecer una imagen para cada cual. Detrás de cada paisaje bellísimo puede que haya tu propio paisaje bellísimo. Detrás de los estereotipos puede que lo importante sea tu propia vivencia de la ciudad. El escenario está servido
Sede de la exposición Venecia y Catalunya
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