Siempre me han gustado los libros de viajes. O los libros de viajeros. Que en mi opinión no es lo mismo: los primeros se centran en lo que ve el viajero, como lo interpreta y lo traslada al lector. Los segundos se enfocan en lo que le sucede al viajero en el marco de los viajes que realiza. Tampoco rechazo la lectura de guías de viaje. En este contexto recuerdo por ejemplo “El turista accidental”, libro que me causó impresión y tuvo influencia en mí.
Me gustan estos libros, quizás porqué me causan fascinación lo exótico y los ambientes distintos de aquellos en los que suelo desenvolverme y con su lectura tengo la oportunidad de escaparme a universos diferentes del mío.
He leído bastantes y siempre me han aportado algo, sea en el disfrute de su lectura o bien en las experiencias que relatan, sobre todo por el panorama que ofrecen de la actividad humana. Sobre la base de mi creencia de que el ser humano es igual, sea del color que sea y provenga de donde provenga, me entusiasma conocer realidades y costumbres distintas de las mías.
Por ello voy a hacer un breve relato de un reciente viaje que hemos realizado con mi mujer. No ha sido un viaje ni muy exótico ni muy lejano, pero durante unos días hemos participado en un crucero, forma de viaje que no habíamos experimentado anteriormente (las navegaciones en nuestra barca no son comparables a estos efectos) y visitado el Adriático, el Jónico y el Egeo, mares todos ellos del área mediterránea, que si bien hoy en día están muy asequibles para los turistas, tienen un pasado trufado de historia, origen de nuestro sistema de sociedad actual.
Y lo hago también para desafiar a la pereza galopante que me ha entrado en los últimos tiempos con respecto de la inserción de publicaciones en mi blog, a ver si con esto recupero ritmo. Por cierto, ¿os habéis fijado que cada vez hay más personas que sustituyen “a ver” (p.e. vamos a ver…) por “haber” (p.e. tenía méritos en su haber…), cuando se trata de expresar intención de examinar algo? Sobre todo en Internet, pero también en algún medio escrito. En fin.
Nuestra primera escala fue Venecia, de donde partía el crucero y a donde nos desplazamos en avión, el 27 de julio. Lo hicimos muy temprano, porqué los vuelos desde Barcelona comprendidos en el “paquete” del crucero se habían agotado y teníamos que elegir entre desplazarnos a Madrid para salir desde allí, o bien arreglarnos el viaje por nuestra cuenta, opción que elegimos, a pesar del inconveniente de madrugar. Naturalmente esto supuso un descuento en el precio del crucero.
Pero también supuso que a las 9 de la mañana estuviéramos sentados en la terminal de embarque de los cruceros, en el puerto de Venecia, sufriendo un calor sofocante – ya a esas horas – y sin perspectivas de poder hacer otra cosa que esperar la hora oficial de embarque. El barco estaba allí, atracado, haciendo aprovisionamiento suponíamos, porqué estaban introduciendo en él la carga que llevaban unos enormes traileres con matrícula de Murcia. Esto nos llamó la atención, porqué después, durante el viaje, comprobamos que los productos de alimentación, incluso bebidas eran de origen español.
Tras un rato esperando allí aparecieron unos obreros que iban a montar los mostradores para las gestiones de embarque de nuestro crucero y que nos miraban con cara divertida a nosotros y a nuestras maletas. Uno de ellos se nos acercó para preguntarnos – en inglés naturalmente – si estábamos esperando para el embarque. A nuestra respuesta afirmativa puso una cara extrañada y nos dijo que miraría si podía hacer algo, pero que aún faltaban 4 horas para el embarque. Llamo por el walkietalkie y no se que le dirían, pero desapareció de nuestra vista. Un rato después apareció otro personaje, este en uniforme marino, que también nos preguntó si esperábamos para el embarque y nuevamente, ante nuestra respuesta nos manifestó que aún faltaba mucho y que incluso se podía retrasar algo.
Pues nada, paciencia y a esperar. Habíamos acudido provistos de libros contundentes: mi mujer con el archifamoso “La reina en el palacio de las corrientes de aire” de Stieg Larsson, coincidiendo con la polémica aparecida en la prensa y que viene a tachar de borregos a quienes hacen caso de los cantos comerciales o de las modas literarias y yo con un libro de Almudena Grandes, que en esta ocasión no colmó mis expectativas, “Los aires difíciles”. Debo reconocer que hacia el final me saltaba párrafos enteros. Sin embargo esto es harina de otro costal. No parecían libros muy adecuados para viajar – no son de bolsillo precisamente, pero por el momento nos asistieron en la larga espera.
Finalmente apareció un nuevo personaje, este con acento mejicano, que nos avisó nuevamente que aún faltaba mucho para embarcar, pero que si queríamos podíamos realizar ya los trámites para el embarque. Y así fue. Tras firmar un documento por el que afirmábamos que no teníamos síntomas de la gripe esa que ahora recorre el mundo y recibir unas tarjetas magnéticas con nuestra identificación y camarote, nos dispusimos a…seguir esperando. Cierto es que cada vez se movían más personas por la sala, que eran objeto de la invitación de una fotógrafa para tomarles unas instantáneas previas al embarque, junto a un pupitre que era un remedo de rueda de timón de un barco. Esa fue una invitación constante durante toda la travesía o en las excursiones, fotos, videos… que se exponían en una zona del barco y que podías adquirir como recuerdo, a precios bastante caros. Yo, armado con nuestra parafernalia particular de cámara, video, cámara y video, etc., pensé que poco negocio iban a hacer a nuestra costa y realmente solo nos quedamos con una foto mía del simulacro de emergencia.
Cuando al final pudimos pasar al puerto, nos quedamos impresionados por el barco, el “Gran Mistral”. Se trata de un buque de bandera italiana, me imagino que fletado por la compañía organizadora de los viajes, Iberocruceros, de 216 m. de eslora, 28 de manga y 44 m. de altura de la obra muerta (desde la línea de flotación hasta el punto más alto de la chimenea) y 7 m. de obra viva (parte sumergida). Desplaza 47.300 toneladas y es impulsado por dos motores que le proporcionan un empuje de 18.000 CV. Su velocidad de crucero es de 19/20 nudos.
Vamos, como unas 4.580 “Il.lusio” (nuestro barquito), mal contadas.
Entramos subiendo por una escalera adosada al lado de estribor, tras habernos frotado las manos con un líquido contenido en un recipiente, cuyo letrero enunciaba la conveniencia de desinfectarse las manos al entrar en el barco. No se si esto sería demasiado efectivo, pero la verdad es que no costaba nada hacerlo y la sensación era refrescante.
Al acceder al barco, un vigilante de seguridad nos solicitó nuestras tarjetas y las pasó por un lector magnético. Este fue nuestro primer contacto con un sistema de seguridad que me pareció muy correcto y sin exageraciones tipo aeropuerto (descalzarse, quitarse el cinturón, etc.), puesto que a la vez que constituía una barrera para accesos no autorizados, servía para controlar que todos los pasajeros y tripulantes estuviesen a bordo cuando partía el barco.
Tras registrarnos en recepción, como la de cualquier hotel, pasamos por el camarote, donde nos instalamos y luego nos fuimos a comer, con lo cual tomamos un primer contacto con el barco.
Para acudir al restaurante self-service, atravesamos la cubierta donde están las piscinas, los jacuzzi y el solarium, primera impresión que nos hizo entrever placenteras siestas al sol.
Comimos por primera vez en el restaurante de la cubierta 11, donde una multitud de personas desplazándose arriba y abajo me llevó a pensar que aquello sería un galimatías. Pero no. Pudimos apreciar que todo estaba bien organizado y la oferta culinaria era suficientemente variada y atractiva. El servicio era diligente en aportar las bebidas y retirar los platos utilizados. Lo que si observamos a nuestro alrededor fue la cantidad de gente que solo por el hecho de comer en un self-service, abarrotaba sus platos, como si no hubiesen comido en días.
Después de la comida, bajamos del buque y nos fuimos a Venecia.
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