Cerré también los ojos y entonces lo vi. Ahí estaba monstruoso, enorme, un toro erguido sobre dos patas, el cuerpo de un hombre corpulento y musculoso y la cabeza de un toro, con unos enormes cuernos. Miraba con ojos enrojecidos a su presa tendida en el suelo y se aprestaba a hacer la última acometida, la que le permitiría disfrutar en una parafernalia antropófaga (o casi) de la comida que Minos le destinaba.
El hombre en el suelo, el ateniense Teseo, estaba aturdido y se encontraba indefenso tras la anterior embestida de aquella bestia, fruto de las antinaturales relaciones entre Pasifae y el bellísimo toro blanco que había eludido el sacrificio, por gracia de Dédalo, insuperable tramoyista de la época.
Pero en aquel momento y aparecido de la nada, un niño cayó encima de Teseo. Asterión, el minotauro, asombrado, vaciló unos instantes que fueron suficientes para que Teseo se recuperase levemente y acertase a lanzar un venablo que hiriendo mortalmente a la bestia, la hizo derrumbarse pesadamente sobre el suelo emitiendo horrendos bramidos, hasta que lanzando un último estertor, quedó inmovil y muerto.
Teseo - Connery miró perplejo al niño y sin dejar de mirarlo recogió su espada para cortar la cabeza del tremendo minotauro, cargándola después sobre su caballo, para poder demostrar fehacientemente después que tenía todo el derecho del mundo griego clásico para reclamar la mano de la bellísima Ariadna, la hija de Minos.
Siguió mirando al niño mientras recogía del suelo un enorme ovillo y tiraba del hilo que se perdía en la distancia de aquel polvoriento desierto, el más complejo laberinto que ser humano se había podido imaginar hasta la época, donde Dédalo había confinado al minotauro siguiendo órdenes de Minos.
Teseo subió al niño a la grupa de su caballo y emprendió un trote vivo. Me aparté para dejarles pasar y abrí de nuevo los ojos, para encontrarme delante del palacio de Knossos, residencia del rey Minos.
Mentalmente agradecí a Monty Pithón la recreación de esta escena en su estupenda película “Los héroes del tiempo”. Seguramente no es la más fidedigna reproducción de la leyenda mitológica sobre la historia del laberinto, del minotauro, del rey Minos y de su hija Ariadna, de Dédalo y de Teseo. Sin embargo es genial. Esta leyenda es posiblemente la “madre” de muchas historias y fábulas generadas posteriormente, como la propia de San Jordi, caballero defensor de damas ante horrendos dragones.
Y nos dispusimos a seguir la cola que finalmente se puso en marcha tras la guía, posiblemente muy enterada de la historia de la civilización minoica o de la mitología griega, pero no muy experta en transmitir estos conocimientos a los que bajo un sol aplastante la escuchábamos. Por lo menos en español.
Viendo los restos del palacio de Cnossos quise hacerme una idea de cómo debía ser aquel entorno hace 3.700 años, pero la realidad es que resulta difícil aún recurriendo a los pocos elementos gráficos que se han conservado o a la iconografía generada a partir de lo que los arqueólogos han ido descubriendo. La documentación encontrada, unos 5.000 textos sobre tablillas o jarrones es esencialmente administrativa y no revela más que parcialmente la forma de vida de la época.
Evidentemente la civilización minoica es un hito importantísimo en la historia de las naciones del área mediterránea y las ruinas que Artur Evans puso al descubierto a principios del siglo pasado nos hablan de un elevado grado de civilización contemporánea con el Egipto de la XIII dinastía. No obstante buena parte de los restos de edificios que se aprecian durante la visita no son originales, sino reconstrucciones basadas en las trazas que los cimientos han dejado.
Tampoco son originales los frescos o las pinturas que se exhiben en algunos puntos del recorrido, cosa fácilmente comprensible si se tiene en cuenta la dureza del clima en aquella zona, que seguramente las destruiría en poco tiempo. Para ver los originales hay que acudir al museo de la cercana Heraclion o al Museo Nacional de Atenas.
No obstante, el lugar impresiona por lo que se ve, pero mucho más por lo que se adivina.
La isla fue asolada por la explosión del volcán de la cercana Santorini, sobre el 1.400 A. C., lo que marcó el fin de la civilización minoica. El gran valor estratégico atribuido a este territorio lo ha convertido históricamente en escenario de muchos otros sucesos: invasiones de romanos, de árabes (andaluces desterrados de Córdoba), ocupaciones, calamidades, refugio para piratas, el celebérrimo Barbarroja entre ellos…
En Creta también nació en 1541 el pintor toledano de mayor raigambre en España, Doménikos Theotokopoulos , por ello conocido como el Greco.
Tras haber realizado la visita, salimos por el lugar que la guía nos identificó como posiblemente el primer “camino de Europa”. No lo se, pero en esos momentos lo que más echábamos a faltar era beber algo y ese deseo lo pudimos satisfacer en el bar que hay a la salida del recinto, donde nos bebimos unas deliciosas y fresquísimas naranjadas. Por cierto, la mayoría de los visitantes eran españoles, cosa que encontramos en todos los puntos del viaje, incluso en Atenas. Así no fue extraño que el camarero del bar se nos dirigiera con un buen español, preguntando ¿naranjada helada señores?
Luego nos dirigimos a Heraklion que es la capital de la isla, con poco tiempo para visitarla, puesto que apenas nos quedaba una hora y media
Bueno sí, mi mujer se compró una pulsera con diseño de greca que es típica en toda Grecia. Hubo que regatear un poco con el vendedor, cosa normal en estos pagos. Siempre me he quedado un poco perplejo ante esta pantomima de regateo, que se considera como norma de obligado cumplimiento en estos sitios y en la mayoría de países árabes o musulmanes. Me encontré con ello en Egipto y en Turquía, donde el celo por practicar este juego me llevó en ocasiones a situaciones un poco chungas. Pero esto son otras historias.
De todas maneras los espectadores involucrados tampoco se andaban con chiquitas.