Ayer me sentí mal.
Y lo escribo en castellano, porqué es un idioma al que quiero. Me ha servido para comunicarme con muchísima gente y creo que lo utilizo de forma más que correcta.
Me encanta leer lo publicado en castellano por muchos, muchísimos escritores y deleitarme con su habilidad de exposición, su capacidad para reflejar situaciones, su enorme potencialidad descriptiva para transmitir sentimientos…
Pero mi idioma es el catalán. Y es muy fácil de entender: las primeras palabras que oí, las de mis padres y pronuncié, fueron en catalán. El idioma que he utilizado siempre para expresar mis sentimientos es el catalán; con los amigos de mi infancia nos comunicábamos siempre en este idioma y aunque en su momento no pude estudiarlo, porqué en mi época de estudios estaba vetado en las escuelas, nunca he dejado de utilizarlo, ni entonces, para escribir mis reflexiones intimas y trasladar al papel mis pensamientos más sinceros. Pese a mi dominio del castellano, es espontáneo en mí pensar en catalán y debo de reconocer que para plasmar conceptos en otro idioma (sea castellano, francés, inglés o italiano) he de traducir mi pensamiento.
Lo cual no obsta para que cambie automáticamente al castellano, cuando el interlocutor habla en este idioma. Pero ayer me sentí mal.
Fue en una comida a la que nos invitaron unos amigos. Ellos son castellanohablantes, si bien también hablan en catalán y nunca, nunca, hemos tenido problema alguno. Nuestras conversaciones se han visto adornadas por una mezcla en la utilización de ambos idiomas que ha potenciado la capacidad de entender que es lo que pretendíamos comunicar. Pero en la comida estaban presentes algunas personas que pese a llevar muchísimos años en Catalunya, unos, e incluso haber nacido aquí otros, se manifestaron en el sentido de que ellos no hablaban catalán porqué no querían. Consideraban una imposición que en las escuelas de aquí enseñen en catalán y ellos no iban a cambiar, si acaso, que cambiemos los que hablamos en catalán.
Y a medida que les escuchaba me iba alejando de la reunión. Prefería no oírles. Seguramente se trata de buenas personas, pero su idea, que no tenían reparo en manifestar sin conocer cómo pensábamos otras personas que estábamos allí, me situaba en otro ámbito. ¿Por qué personas que viven en Catalunya, que trabajan en este país, menosprecian y rechazan aprender y enriquecerse intelectualmente con el conocimiento de otro idioma, que en definitiva también pertenece al patrimonio cultural español?
Y esto me incomodó. No dije ni una palabra por respeto a nuestros anfitriones, pero hubiera querido salir de allí corriendo. Y además encerrarme en mi idioma y si no lo entienden, ¡que se esfuercen ellos!
Yo, ante este tipo de criterios, que lamentablemente luego son utilizados políticamente, me siento proclive a sufrir una fuerte amnesia del idioma castellano.
Y lo escribo en castellano, porqué es un idioma al que quiero. Me ha servido para comunicarme con muchísima gente y creo que lo utilizo de forma más que correcta.
Me encanta leer lo publicado en castellano por muchos, muchísimos escritores y deleitarme con su habilidad de exposición, su capacidad para reflejar situaciones, su enorme potencialidad descriptiva para transmitir sentimientos…
Pero mi idioma es el catalán. Y es muy fácil de entender: las primeras palabras que oí, las de mis padres y pronuncié, fueron en catalán. El idioma que he utilizado siempre para expresar mis sentimientos es el catalán; con los amigos de mi infancia nos comunicábamos siempre en este idioma y aunque en su momento no pude estudiarlo, porqué en mi época de estudios estaba vetado en las escuelas, nunca he dejado de utilizarlo, ni entonces, para escribir mis reflexiones intimas y trasladar al papel mis pensamientos más sinceros. Pese a mi dominio del castellano, es espontáneo en mí pensar en catalán y debo de reconocer que para plasmar conceptos en otro idioma (sea castellano, francés, inglés o italiano) he de traducir mi pensamiento.
Lo cual no obsta para que cambie automáticamente al castellano, cuando el interlocutor habla en este idioma. Pero ayer me sentí mal.
Fue en una comida a la que nos invitaron unos amigos. Ellos son castellanohablantes, si bien también hablan en catalán y nunca, nunca, hemos tenido problema alguno. Nuestras conversaciones se han visto adornadas por una mezcla en la utilización de ambos idiomas que ha potenciado la capacidad de entender que es lo que pretendíamos comunicar. Pero en la comida estaban presentes algunas personas que pese a llevar muchísimos años en Catalunya, unos, e incluso haber nacido aquí otros, se manifestaron en el sentido de que ellos no hablaban catalán porqué no querían. Consideraban una imposición que en las escuelas de aquí enseñen en catalán y ellos no iban a cambiar, si acaso, que cambiemos los que hablamos en catalán.
Y a medida que les escuchaba me iba alejando de la reunión. Prefería no oírles. Seguramente se trata de buenas personas, pero su idea, que no tenían reparo en manifestar sin conocer cómo pensábamos otras personas que estábamos allí, me situaba en otro ámbito. ¿Por qué personas que viven en Catalunya, que trabajan en este país, menosprecian y rechazan aprender y enriquecerse intelectualmente con el conocimiento de otro idioma, que en definitiva también pertenece al patrimonio cultural español?
Y esto me incomodó. No dije ni una palabra por respeto a nuestros anfitriones, pero hubiera querido salir de allí corriendo. Y además encerrarme en mi idioma y si no lo entienden, ¡que se esfuercen ellos!
Yo, ante este tipo de criterios, que lamentablemente luego son utilizados políticamente, me siento proclive a sufrir una fuerte amnesia del idioma castellano.
2 comentaris:
Estoy absoluta y totalmente de acuerdo con tu post. Es cosa sabida que la lengua es una arma arrojadiza de los políticos, de caulquier signo y condición. Pero a uno, (a mi también, amigo Jordi) le entra una gran tristeza y desazón cuando escucha lo que dices.
Vivi en Cataluña durante varios años y con seguridad hoy, de haber seguido viviendo en esas tierras, hablaría el catalán con destreza.
Me defiendo muy bien en gallego y lo practico a menudo, cada vez que visito el pueblo de mi mujer. Allí me hablan en gallego, sabedores de que lo entiendo y lo hablo aceptablemente.
Las lenguas son un patrimonio de nuestro suelo patrio y deberían ser un cúmulo de riqueza en el que participar y convivir.
Gracias Jeronimo, se que por cada uno que es como los participantes en la comida del otro dia, hay miles y miles que piensan de otra manera, afortunadamente.
Se tambien que falta dialogo y buena voluntad para el dialogo. Estamos viviendo en una sociedad caracterizada por un radicalismo exacerbado en la defensa a ultranza de las posturas y poco dada a entrar en la comprension de los problemas de manera objetiva, todo ello amenizado por el famoso "y tu mas"
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