Viernes, 7 de la mañana. Enfilo la calle Aragón, como cada día. Sé que si mantengo la velocidad de unos 30 a 40 Km. / hora y no hay mucho tráfico iré pasando todos los semáforos en verde.
Casualmente por la radio van explicando la puesta en marcha del carné por puntos y ante la enumeración de las acciones, omisiones y circunstancias que pueden hacer perder puntos, pienso que van a tener trabajo los de tráfico y los que deban de “reciclar” a aquellos que la resta de puntos les lleve a perder el permiso de conducir.
A mí alrededor se va formando el habitual enjambre de motos que van apurando los semáforos y cruzando en diagonal la calle para ir a buscar los huecos que les permitan pasar sin detenerse.
Ayer precisamente estuve en un curso de prevención donde nos explicaron a los participantes que hacer en caso de verse en la necesidad de atender a un motorista accidentado y recuerdo que pensé que sí, que me podía ver en esta situación, pero lo que no imaginaba era lo pronto que me iba a ver envuelto en tales circunstancias.
De repente, a punto de atravesar un cruce de calles, oí un estrépito. No vi exactamente que ocurrió en el momento en que se produjo la colisión, pero a continuación sí que, asombrado, vi como uno de los motoristas que me había adelantado pocos momentos antes, daba vueltas en el aire con los brazos y las piernas extendidos en X, cayendo estrepitosamente al suelo, pocos metros delante de mi vehículo.
Me detuve y salí corriendo tratando frenéticamente de recordar “A ver, que dijeron, no hay que quitar el casco, hay que ver si está consciente, no tratar de incorporarlo, ¿Qué más hay que hacer?”
Cuando llegué, el conductor del vehículo que había colisionado con el motorista, se estaba discutiendo con otro motorista que había parado también y a su alrededor los coches seguían su camino, esquivando como podían el accidente. “¡Dejadlo estar ahora, hay que llamar a una ambulancia, ya!”
El motorista en el suelo estaba consciente y con los ojos velados por el dolor intentaba decir algo, alargando un brazo hacia mí. No se le apreciaban heridas externas, aunque podía tenerlas internas. En aquel momento llegó la policía que se hizo cargo de la situación. El conductor del coche se dirigió a mi, muy nervioso “¡Tiene que venir a testificar a mi favor, Vd. lo ha visto todo. Yo no me he pasado el semáforo en rojo. Es mi vida, me van a quitar el carné y yo me gano la vida con el coche!
En realidad yo no había visto más que las consecuencias del accidente. Pensé en la vida del que estaba tendido en el asfalto y me pregunté si había valido la pena la prisa, de unos y de otros y en aquello que nos genera la ansiedad de la prisa. Pensé en como todo puede cambiar en un momento: el trabajo de los protagonistas en aquel viernes, el programa de compras por la tarde o la salida a cenar por la noche, sustituido todo ello por las estancias de un hospital, por las declaraciones en comisaría o la negra sombra de la inquietud y eventualmente de la responsabilidad de que te haya ocurrido una cosa así.
“Lo siento, no he visto como ha ocurrido el accidente y no puedo declarar sobre lo que no he visto”.
Viendo que gente con experiencia se había hecho cargo de todo, me alejé, subí de nuevo a mi coche y muy lentamente me reincorporé al tráfico de la calle Aragón.
Casualmente por la radio van explicando la puesta en marcha del carné por puntos y ante la enumeración de las acciones, omisiones y circunstancias que pueden hacer perder puntos, pienso que van a tener trabajo los de tráfico y los que deban de “reciclar” a aquellos que la resta de puntos les lleve a perder el permiso de conducir.
A mí alrededor se va formando el habitual enjambre de motos que van apurando los semáforos y cruzando en diagonal la calle para ir a buscar los huecos que les permitan pasar sin detenerse.
Ayer precisamente estuve en un curso de prevención donde nos explicaron a los participantes que hacer en caso de verse en la necesidad de atender a un motorista accidentado y recuerdo que pensé que sí, que me podía ver en esta situación, pero lo que no imaginaba era lo pronto que me iba a ver envuelto en tales circunstancias.
De repente, a punto de atravesar un cruce de calles, oí un estrépito. No vi exactamente que ocurrió en el momento en que se produjo la colisión, pero a continuación sí que, asombrado, vi como uno de los motoristas que me había adelantado pocos momentos antes, daba vueltas en el aire con los brazos y las piernas extendidos en X, cayendo estrepitosamente al suelo, pocos metros delante de mi vehículo.
Me detuve y salí corriendo tratando frenéticamente de recordar “A ver, que dijeron, no hay que quitar el casco, hay que ver si está consciente, no tratar de incorporarlo, ¿Qué más hay que hacer?”
Cuando llegué, el conductor del vehículo que había colisionado con el motorista, se estaba discutiendo con otro motorista que había parado también y a su alrededor los coches seguían su camino, esquivando como podían el accidente. “¡Dejadlo estar ahora, hay que llamar a una ambulancia, ya!”
El motorista en el suelo estaba consciente y con los ojos velados por el dolor intentaba decir algo, alargando un brazo hacia mí. No se le apreciaban heridas externas, aunque podía tenerlas internas. En aquel momento llegó la policía que se hizo cargo de la situación. El conductor del coche se dirigió a mi, muy nervioso “¡Tiene que venir a testificar a mi favor, Vd. lo ha visto todo. Yo no me he pasado el semáforo en rojo. Es mi vida, me van a quitar el carné y yo me gano la vida con el coche!
En realidad yo no había visto más que las consecuencias del accidente. Pensé en la vida del que estaba tendido en el asfalto y me pregunté si había valido la pena la prisa, de unos y de otros y en aquello que nos genera la ansiedad de la prisa. Pensé en como todo puede cambiar en un momento: el trabajo de los protagonistas en aquel viernes, el programa de compras por la tarde o la salida a cenar por la noche, sustituido todo ello por las estancias de un hospital, por las declaraciones en comisaría o la negra sombra de la inquietud y eventualmente de la responsabilidad de que te haya ocurrido una cosa así.
“Lo siento, no he visto como ha ocurrido el accidente y no puedo declarar sobre lo que no he visto”.
Viendo que gente con experiencia se había hecho cargo de todo, me alejé, subí de nuevo a mi coche y muy lentamente me reincorporé al tráfico de la calle Aragón.
2 comentaris:
¡Que interesante y que actual!
¡La prisa!
Si pudiese, colgaría un cartel en cada esquina de las Empresas, de las calles y de las casas que dijese:
"LA PRISA ES PERJUDICIAL PARA SU SALUD. LA PRISA ACORTA SU VIDA. LA PRISA MATA"
Válido para cualquier ciudad masiva de esas en las que sobrevivimos.
Yo tuve una experiencia similar, sólo que la situación derivó en que el tío de la moto se levantó como un rayo, se acercó al coche que había provocado el accidente y ambos se enzarzaron en una pelea más cinematográfica que real.
La policía también fue quien solucionó el asunto llevándoselos a los dos.
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