Recibo un escrito de un amigo, que frente a un ventanal, en un atardecer de víspera de festivo reflexiona sobre el paisaje, el cansancio, la vida y la carga del trabajo…
Finalmente, concluye, el siguiente día laborable le aportará de nuevo la revelación sobre el secreto de la vida, que para él no es otro que estar donde debas de estar y hacer lo que debas de hacer.
Esto está muy bien, pero, estar donde debas de estar y hacer la que debas de hacer, ¿en que circunstancias y según quien?
Estar donde debas de estar en función de tus aspiraciones, tus objetivos, tu sentido de pertenencia a la sociedad. Si mi amigo está seguro de que estar donde debes de estar supone disfrutar – como afirma - de un cóctel de dos tercios de trabajo y un tercio de vida privada, con unas gotas de angostura, no estoy seguro de que esto sea lo mejor.
Y hacer lo que debas de hacer…¿Qué es lo mejor para hacer? Querido amigo, yo me planteo muy repetidamente esta pregunta, coartada siempre por la incapacidad a estas alturas de modificar el rumbo de la vida. Si, si, ya se que alguien pensará que sí se puede.
MI amigo y yo tenemos la misma edad, trayectorias profesionales parecidas y un cierto sentido compartido para intentar disfrutar de algunas cosas…la buena mesa, la belleza, de la buena música. Y esto satisface, pero no creo que seamos simplemente unos hedonistas.
Seguramente no. No obstante a mi me gustaría hacer algo distinto. Me gustaría que mi trabajo fuese reconocido de otra manera, no por mi aportación al incremento del capital de una sociedad en busca continua de beneficios. Me gustaría que el resultado de mi trabajo ayudase a mejorar las condiciones de vida de seres humanos, que aportase contribución a la felicidad.
La felicidad, esta es una de mis obsesiones. Cuando sé de alguien que ha fallecido o que está pasando por momentos difíciles me pregunto si en el balance de cosas positivas y negativas que ha experimentado, la felicidad ha tenido un papel importante. ¿Ha disfrutado de la vida, o por el contrario han primado los impactos negativos en su trayectoria vital? Y también me pregunto si en su eventual relación conmigo he hecho todo lo posible para mejorar su activo de felicidad.
Bueno, basta de filosofía. Solo quiero dejaros para leer un cuento taoista, o de donde sea, porqué en este mundo desde muy antiguo se llega a parecidas conclusiones en muchos sitios y no es necesario que porqué venga impregnado de ceremonioso orientalismo esté dotado de mayor sabiduría que, por ejemplo, los refranes de los viejos socarrones de nuestra tierra. Lo que si contiene es una clarividencia notable sobre cómo evitar conflictos.
Cuento taoísta
Había una vez dos monjes que paseaban por el jardín de un monasterio taoísta. De pronto uno de los dos vio en el suelo un caracol que se cruzaba en su camino. Su compañero estaba a punto de aplastarlo sin darse cuenta cuando le contuvo a tiempo. Agachándose, recogió al animal. "Mira, hemos estado a punto de matar este caracol, y este animal representa una vida y, a través de ella, un destino que debe proseguir. Este caracol debe sobrevivir y continuar sus ciclos de reencarnación." Y delicadamente volvió a dejar el caracol entre la hierba. "¡Inconsciente!", exclamó furioso el otro monje. Salvando a este estúpido caracol pones en peligro todas las lechugas que nuestro jardinero cultiva con tanto cuidado. Por salvar no sé qué vida destruyes el trabajo de uno de nuestros hermanos.
Los dos discutieron entonces bajo la mirada curiosa de otro monje que por allí pasaba. Como no llegaban a ponerse de acuerdo, el primer monje propuso: "Vamos a contarle este caso al gran sacerdote, él será lo bastante sabio para decidir quien de nosotros dos tiene la razón."
Se dirigieron entonces al gran sacerdote, seguidos siempre por el tercer monje, a quien había intrigado el caso. El primer monje contó que había salvado un caracol y por tanto había preservado una vida sagrada, que contenía miles de otras existencias futuras o pasadas. El gran sacerdote lo escuchó, movió la cabeza, y luego dijo: "Has hecho lo que convenía hacer. Has hecho bien". El segundo monje dio un brinco. "¿Cómo? ¿Salvar a un caracol devorador de ensaladas y devastador de verduras es bueno? Al contrario, había que aplastar al caracol y proteger así ese huerto gracias al cual tenemos todos los días buenas cosas para comer. El gran sacerdote escuchó, movió la cabeza y dijo "Es verdad. Es lo que convendría haber hecho. Tienes razón."
El tercer monje, que había permanecido en silencio hasta entonces, se adelantó. "¡Pero si sus puntos de vista son diametralmente opuestos! ¿Cómo pueden tener razón los dos?" El gran sacerdote miró largamente al tercer interlocutor. Reflexionó, movió la cabeza y dijo: "Es verdad. También tú tienes razón."
Extraído de Bernard Werber. "El día de las hormigas". Ed. Plaza & Janés. 1994
¿Porqué no tendremos algún Gran Sacerdote con tal sentido por estos pagos?
Jordi Nounou
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