The curiosity drove me to attend the meeting called by Thubten Wangchen, who is a Buddhist monk, living in Barcelona, and representing his Holiness the Dalai Lama.
My interest was based on my aim to meet personally a man who says that Tibetan people consider weapons not as the best way to reach the freedom for Tibet, in spite that his country was invaded by Chinese in 1959.
For the present there are about 6 million original Tibetan inhabitants in this country, and 7, 5 million of Chinese people who live in Tibet, what consider really a part of China.
A comment included in a interview to Wangchen called my attention. He said that never the Buddhist religion justified a holy war like Muslims, Sijhs or even Christians in the past.
The question is ¿what will happen with Tibet? I’m afraid that in the future the culture, the political orientation and the identity signs of Tibetan people, in general, will be water downed inside the Chinese environment. In fact, the Chinese authorities are making efforts to build god communications with Tibet, railway, roads, oriented to facilitate the immigration of Chinese people to this country.
Some difficulties of Mr. Wangchen speaking Spanish, minimized the message, but what I understood was that finally they are not asking for a really freedom, but for a determined kind of autonomy inside China.
I think that it has a lot to do with the pragmatic behaviour of Orientals and especially of the Buddhist. ¿Is it possible to oppose against the human tide that threat Tibet? ¿Or perhaps the best could be to reach enough power to protect the Tibetan interest, not only cultural or identity signs, but possibilities to improve the quality of life for them?
However I want to underline that my impressions are based only in the few knowledge I have about them, even that every day I become more and more interested on their philosophy.
On the other hand, I don’t know if this feeling is the same for all Tibetan People. Maybe there are some of them disposed to fight.
The weather in Barcelona, and of course in the San Jaume’s Square, was windy and uncomfortable. Despite of this, a window in the town hall was opened and the light shined inside the room. Maybe the Barcelona’s Mayor was listening to Mr. Wangchen’s speech, trying to find parallelisms between the request of autonomy for Tibet and the process of the “Estatut” for Catalonia.
After the meeting end, we walked across Ferran Street, towards Las Ramblas, and decided to eat something in a new Oyster Taverna. I thought in the new book by Arturo Perez-Reverte, “The painter of battles” and some words that he pronounced in the presentation of his book:
“¿What do you think about de pacifism?”.
“I don’t like the war, but there are inevitable wars. In the war you can’t put the other cheek. The tanks cannot be stopped with flowers. The dialog between civilizations and the good manners doesn’t drive to somewhere. All of us have a gun against the head; we can choose between remaining stopped or run fifteen meters. Fifteen meters that means a full life of love, freedom, dignity and culture”
At the time I was preparing an oyster to eat I thought in what is the best way: the pacific one, but trying to reach more power to control or the fight. I gave a sight around the Taverna. The seats were not very comfortable and I prefer the Cambado’s oysters, but the rest of food and the wine were not bad at all.
And then I saw him again. That time I felt that there were too many coincidences: the airport, last Thursday and yesterday. He was seated alone five or six meters away from our table, at my left, clearly looking to me, with very shining eyes, as he was little drunk.
His clothes were the same than the last time I saw him. The only difference was that he didn’t wear the New York’s cap. The waitress passed in front off me, and in the next second he was not there anymore.
This situation began to bother me a little.
11 de març 2006
03 de març 2006
El cupón
Ayer acabe temprano. Tuve una reunión fuera de la oficina y por una vez empleamos el tiempo necesario y no más. ¿Y ahora que hago? ¿No tenéis la sensación, cuando os sacan de la rutina normal, de que no sabéis que hacer?
Bueno, seguro que hay muchos que sí sabéis que hacer, pero en este caso es que aún no estáis intoxicados. Decidí dar un paseo desde donde estaba hasta la Plaza de Catalunya, para coger allí el tren y dedicarme de paso, por el camino, a una de las cosas que me gustan mucho y que es pararme en alguna librería tipo FNAC o Vips, para curiosear entre los libros expuestos.
La tarde empezaba a tener este ambiente grisáceo que precursa la noche, pero aún había claridad y las luces de los comercios sin embargo estaban ya abiertas, así que me auto confirmé mi decisión de hacer caso omiso de mi impulso genético para estar haciendo algo “de provecho” y empecé a andar, procurando no ir acelerado como siempre.
No notaba que hiciera frío, a pesar de que se veían caras ateridas entre las personas con quienes me cruzaba. Iba andando por el paseo central con parsimonia, contemplando como algunos ciclistas que circulaban por encima de la acera del paseo hacían verdaderas fintas para evitar a los transeúntes que caminaban por allí.
A mi me gusta circular en bicicleta, aunque no la he considerado nunca como medio de transporte, sino de deporte o de diversión. Ello no quiere decir que rechace esta posibilidad, pero creo que Barcelona en general no está preparada, como lo están otras ciudades, para la utilización de la bicicleta. No hay suficientes carriles “bici” y en muchos sitios, como por ejemplo en la calle Tarragona, no existe una clara separación entre la zona reservada a los peatones y los carriles destinados a los ciclistas, con lo cual son frecuentes las broncas.
Recuerdo cuando hace muchos años estuve en Holanda, cómo quede sorprendido por la masiva utilización de este medio. También en otras ciudades, caso de Hamburgo, Munich o Berlín, donde también se usa bastante intensivamente, pese a las malas condiciones climatológicas que se dan en ellas durante una buena parte del año.
Decidí pasarme a una acera lateral, para seguir caminando con tranquilidad y de paso chafardear en los escaparates de las tiendas. Observé que algunas personas que se cruzaban conmigo me miraban con cierta fijación, por lo cual pensé que quizás tenía algo en la cabeza o en la cara. Me palpé reiteradamente el pelo y las mejillas y no notaba nada raro.
Por el rabillo del ojo vi un espejo que formaba parte de las instalaciones de un comercio y todo lo disimuladamente que pude me aproximé para mirar si había algo indeseado en mi apariencia, yo que se, una cagada de paloma por ejemplo. Pero no veía nada más raro de lo usual y ya sin percatarme de donde estaba me acerqué aún más.
Nada, por lo que concluí que debían de ser manías mías. Me desplacé un poco más a la derecha, con lo cual entré en la luz del escaparate, sin dejar de mirar el espejo a mi izquierda y así estuve un poco aún, tratando de detectar algún desaguisado.
Cuando desvié la vista hacia el contenido del comercio que tenía delante de mí, me encontré con una mirada entre divertida y enfurruñada, enmarcada entre un sujetador fino finísimo y un tanga aún más liviano. Me había parado ante una tienda de lencería y la dependienta, observando mi comportamiento y visajes, debía creer que estaba ante un viejo verde reprimido que fantaseaba con el contenido del escaparate.
En lugar de sonreír y pasar de la escena, quedé un poco cortado, me aparté y seguí andando, sintiéndome un tanto incomodo. Bueno, no pasa nada, hacer un poco el ridículo tampoco es tan malo.
Un poco más abajo, vi un kiosco de la ONCE y llevado de esa sinrazón repentina que como un fogonazo te sacude, me acerqué para comprar un cupón. No es que confíe mucho en que me toque alguna vez, pero ¿y si toca? ¿Creéis en la suerte? Yo si. Creo que hay personas que tienen suerte y otras no o no tanta.
Debe ser una cuestión de conjunción astral (en lo que no creo, pero de vez en cuando leo los horóscopos, como todo el mundo), o genética o de guapura intrínseca, o…¿Cuánto es tener mucha suerte o poca suerte? Para unos, tener mucha suerte es despertar cada día otra vez. Otros creen que tienen poca suerte si su ego no se reafirma unas cuantas veces al día con las cosas que les vienen de cara. En fin, hoy no quería ponerme trascendental.
No obstante si creyera en este tipo de suerte a pies juntillas, nunca compraría un cupón o un décimo, porqué de esa “suerte” si que no he tenido nunca. A veces me pasa que tras comprar un cupón o hacer una “primitiva” dejo pasar los días sin comprobar si ha tocado algo o no, como con temor de verificar que no me ha tocado nada.
Claro que en otras cosas si que he tenido suerte, pero ya sabéis como somos los depresivos, siempre pensamos que la suerte tiene vedados sus efectos en nosotros.
El kiosco estaba atendido por una mujer de mediana edad, rellenita, pero atractiva y de aspecto cuidado, aparentemente invidente, por la forma de fijar su mirada con abstracción. Le pedí un cupón para el sorteo del viernes. Si ha de tocar, que toque algo sustancioso ¿no? Ella me preguntó que qué numero quería.
Cualquiera – le dije. ¿Para que voy a ponerme a pensar si es mejor que acabe en 7 o en 9?
- Aquí está, son dos con cincuenta.
Le alargué un billete de cinco euros, que palpó con profesionalidad y me preguntó - ¿No tiene suelto?, es que ando mal de cambio.
Eché mano al bolsillo y saqué el monedero, abriéndolo, con tan mala pata que las monedas que había en el interior salieron disparadas, desparramándose por el suelo.
- Vaya, un momento por favor que se me han caído, pero creo que sí tengo suelto.
- No se preocupe, no hay prisa.
Me agache para recoger las monedas y al incorporarme me di en la cabeza con la plataforma que subrayaba la ventanilla del kiosco. No me hice daño, salvo en mi autoestima. ¿Por qué me pasarían tantas cosas inusuales en un solo día?
La mujer seguramente se dio cuenta por el ruido que hice y me preguntó - ¿se ha hecho daño?
No, no - mentí avergonzado - es que he golpeado con el maletín la pared del kiosco – E inmediatamente me pregunté por qué había dicho esto.
La mujer sonrió, mirándome sin verme me alargó el cupón y dijo – Aquí está el cupón, que tenga mucha, mucha suerte, señor. Bueno, de alguna forma ya era un premio.
Me volví, dispuesto a seguir mi camino y ahí estaba. Que casualidad, pensé. Ahí estaba, al otro lado de la Rambla el individuo disfrazado, que me llamó la atención en el aeropuerto de Madrid,
Ayer no iba con el niño, ni llevaba a rastras la maleta, pero vestía casi igual que el día que le vi en Barajas, gorra incluida. Estaba hablando con otra persona en la entrada de un portal de esos típicos en el ensanche barcelonés, arquitectónicamente muy historiado, de estilo modernista y con grandes lámparas de hierro forjado en los laterales, enmarcando una amplia escalinata de mármol.
Por un momento creí que me miraba, pero solo fue una ilusión, porqué aquel rey de carnaval parecía muy entregado a la conversación que mantenía con la otra persona.
Bien, cosas más raras se han visto. Proseguí mi camino hacia la estación del tren, dándome cuenta que ya había oscurecido y sin más ganas de pasear.
Bueno, seguro que hay muchos que sí sabéis que hacer, pero en este caso es que aún no estáis intoxicados. Decidí dar un paseo desde donde estaba hasta la Plaza de Catalunya, para coger allí el tren y dedicarme de paso, por el camino, a una de las cosas que me gustan mucho y que es pararme en alguna librería tipo FNAC o Vips, para curiosear entre los libros expuestos.
La tarde empezaba a tener este ambiente grisáceo que precursa la noche, pero aún había claridad y las luces de los comercios sin embargo estaban ya abiertas, así que me auto confirmé mi decisión de hacer caso omiso de mi impulso genético para estar haciendo algo “de provecho” y empecé a andar, procurando no ir acelerado como siempre.
No notaba que hiciera frío, a pesar de que se veían caras ateridas entre las personas con quienes me cruzaba. Iba andando por el paseo central con parsimonia, contemplando como algunos ciclistas que circulaban por encima de la acera del paseo hacían verdaderas fintas para evitar a los transeúntes que caminaban por allí.
A mi me gusta circular en bicicleta, aunque no la he considerado nunca como medio de transporte, sino de deporte o de diversión. Ello no quiere decir que rechace esta posibilidad, pero creo que Barcelona en general no está preparada, como lo están otras ciudades, para la utilización de la bicicleta. No hay suficientes carriles “bici” y en muchos sitios, como por ejemplo en la calle Tarragona, no existe una clara separación entre la zona reservada a los peatones y los carriles destinados a los ciclistas, con lo cual son frecuentes las broncas.
Recuerdo cuando hace muchos años estuve en Holanda, cómo quede sorprendido por la masiva utilización de este medio. También en otras ciudades, caso de Hamburgo, Munich o Berlín, donde también se usa bastante intensivamente, pese a las malas condiciones climatológicas que se dan en ellas durante una buena parte del año.
Decidí pasarme a una acera lateral, para seguir caminando con tranquilidad y de paso chafardear en los escaparates de las tiendas. Observé que algunas personas que se cruzaban conmigo me miraban con cierta fijación, por lo cual pensé que quizás tenía algo en la cabeza o en la cara. Me palpé reiteradamente el pelo y las mejillas y no notaba nada raro.
Por el rabillo del ojo vi un espejo que formaba parte de las instalaciones de un comercio y todo lo disimuladamente que pude me aproximé para mirar si había algo indeseado en mi apariencia, yo que se, una cagada de paloma por ejemplo. Pero no veía nada más raro de lo usual y ya sin percatarme de donde estaba me acerqué aún más.
Nada, por lo que concluí que debían de ser manías mías. Me desplacé un poco más a la derecha, con lo cual entré en la luz del escaparate, sin dejar de mirar el espejo a mi izquierda y así estuve un poco aún, tratando de detectar algún desaguisado.
Cuando desvié la vista hacia el contenido del comercio que tenía delante de mí, me encontré con una mirada entre divertida y enfurruñada, enmarcada entre un sujetador fino finísimo y un tanga aún más liviano. Me había parado ante una tienda de lencería y la dependienta, observando mi comportamiento y visajes, debía creer que estaba ante un viejo verde reprimido que fantaseaba con el contenido del escaparate.
En lugar de sonreír y pasar de la escena, quedé un poco cortado, me aparté y seguí andando, sintiéndome un tanto incomodo. Bueno, no pasa nada, hacer un poco el ridículo tampoco es tan malo.
Un poco más abajo, vi un kiosco de la ONCE y llevado de esa sinrazón repentina que como un fogonazo te sacude, me acerqué para comprar un cupón. No es que confíe mucho en que me toque alguna vez, pero ¿y si toca? ¿Creéis en la suerte? Yo si. Creo que hay personas que tienen suerte y otras no o no tanta.
Debe ser una cuestión de conjunción astral (en lo que no creo, pero de vez en cuando leo los horóscopos, como todo el mundo), o genética o de guapura intrínseca, o…¿Cuánto es tener mucha suerte o poca suerte? Para unos, tener mucha suerte es despertar cada día otra vez. Otros creen que tienen poca suerte si su ego no se reafirma unas cuantas veces al día con las cosas que les vienen de cara. En fin, hoy no quería ponerme trascendental.
No obstante si creyera en este tipo de suerte a pies juntillas, nunca compraría un cupón o un décimo, porqué de esa “suerte” si que no he tenido nunca. A veces me pasa que tras comprar un cupón o hacer una “primitiva” dejo pasar los días sin comprobar si ha tocado algo o no, como con temor de verificar que no me ha tocado nada.
Claro que en otras cosas si que he tenido suerte, pero ya sabéis como somos los depresivos, siempre pensamos que la suerte tiene vedados sus efectos en nosotros.
El kiosco estaba atendido por una mujer de mediana edad, rellenita, pero atractiva y de aspecto cuidado, aparentemente invidente, por la forma de fijar su mirada con abstracción. Le pedí un cupón para el sorteo del viernes. Si ha de tocar, que toque algo sustancioso ¿no? Ella me preguntó que qué numero quería.
Cualquiera – le dije. ¿Para que voy a ponerme a pensar si es mejor que acabe en 7 o en 9?
- Aquí está, son dos con cincuenta.
Le alargué un billete de cinco euros, que palpó con profesionalidad y me preguntó - ¿No tiene suelto?, es que ando mal de cambio.
Eché mano al bolsillo y saqué el monedero, abriéndolo, con tan mala pata que las monedas que había en el interior salieron disparadas, desparramándose por el suelo.
- Vaya, un momento por favor que se me han caído, pero creo que sí tengo suelto.
- No se preocupe, no hay prisa.
Me agache para recoger las monedas y al incorporarme me di en la cabeza con la plataforma que subrayaba la ventanilla del kiosco. No me hice daño, salvo en mi autoestima. ¿Por qué me pasarían tantas cosas inusuales en un solo día?
La mujer seguramente se dio cuenta por el ruido que hice y me preguntó - ¿se ha hecho daño?
No, no - mentí avergonzado - es que he golpeado con el maletín la pared del kiosco – E inmediatamente me pregunté por qué había dicho esto.
La mujer sonrió, mirándome sin verme me alargó el cupón y dijo – Aquí está el cupón, que tenga mucha, mucha suerte, señor. Bueno, de alguna forma ya era un premio.
Me volví, dispuesto a seguir mi camino y ahí estaba. Que casualidad, pensé. Ahí estaba, al otro lado de la Rambla el individuo disfrazado, que me llamó la atención en el aeropuerto de Madrid,
Ayer no iba con el niño, ni llevaba a rastras la maleta, pero vestía casi igual que el día que le vi en Barajas, gorra incluida. Estaba hablando con otra persona en la entrada de un portal de esos típicos en el ensanche barcelonés, arquitectónicamente muy historiado, de estilo modernista y con grandes lámparas de hierro forjado en los laterales, enmarcando una amplia escalinata de mármol.
Por un momento creí que me miraba, pero solo fue una ilusión, porqué aquel rey de carnaval parecía muy entregado a la conversación que mantenía con la otra persona.
Bien, cosas más raras se han visto. Proseguí mi camino hacia la estación del tren, dándome cuenta que ya había oscurecido y sin más ganas de pasear.
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