18 de gener 2010

Rodas

El individuo que estaba sentado en la arena intentaba abrigarse del fuerte viento tapándose la cara con el embozo de su clámide, pero ni por esas. Eolo soplaba con mucha fuerza y aunque la temperatura no era fría, la sensación de helor la sentía como si estuviese en algún lugar de las lejanas provincias germánicas. Ni siquiera el espeso vino de Rodas aromatizado con miel, contenido en la cratera que reposaba a su lado sobre la arena, conseguía aliviar aquella sensación.
En aquella playa la oscuridad era casi total, porque con el viento era imposible que las antorchas se mantuviesen encendidas y las pocas lucernas que habían llevado consigo tampoco servían de mucho. Pero su maestro, Molon de Rodas, le había dicho que las condiciones eran perfectas para que aprendiese a dominar el arte cuyo perfeccionamiento había ido a buscar a la isla.
Claro que no en vano había sido discípulo de Diodoto y estoicamente se puso de pie para enfrentarse al viento y empezar un discurso. Molon le había dicho que si era capaz de hacerse oír en aquellas circunstancias, ¿quién dudaría que fuera capaz de convencer a los ruidosos padres conscriptos en el senado romano? Por eso su preceptor se había alejado, a fin de valorar si era posible oírle de forma inteligible en medio de aquella ventolera.
Cicerón pensó que a su regreso a Roma ya tendría ocasión de disfrutar con su amigo Pomponio Atico, el epicúreo y se dispuso a engrasar su mejor arma, la oratoria, porqué…”No hay nada tan increíble que la oratoria no pueda volverlo aceptable”.
Bueno…volviendo a nuestro viaje, en Rodas tampoco estuvimos mucho tiempo y el que tuvimos quisimos emplearlo de una manera distinta ya que empezábamos a estar un poco cansados de ver piedras. Y en Atenas nos esperaba otro atracón.
Así que nos fuimos a la playa. No se si era la playa en que Molon le daba sus cursos de oratoria a Cicerón, pero en cualquier caso las circunstancias eran totalmente distintas a las que reflejo más arriba. Un agua cristalina y tranquila, una arena blanca, una atmósfera límpida y agradable. En fin una ocasión de ensueño, que disfrutamos saboreándola hasta el último minuto; nos procuramos sendos “cubatas” y nos metimos en el agua dejando pasar el tiempo ante aquella luminosidad apacible.
Sin pensar que Rodas ha sido históricamente escenario de numerosas confrontaciones, como corresponde por su situación geoestratégica, tan cerca de la costa turca. En casi todas las épocas, pero especialmente en la Edad Media, cuando los musulmanes y los caballeros cristianos se la disputaban y cambió de dominación frecuentemente, hasta que en 1537 los otomanos consiguieron hacerse con la totalidad del territorio de la isla, dominándola hasta 1912,año en que fueron expulsados por los italianos. Estos la mantuvieron en su poder hasta que tras la Segunda Guerra Mundial, en 1948 pasó a control griego, bajo el que continua.
Antes de nuestro regreso al barco tuvimos oportunidad de hacer un rápido recorrido por algunas de las calles de la ciudad medieval. Las piedras de la muralla, los edificios, las plazas, los restos de la Catedral antigua, todo ello habla de ese pasado histórico al que me refería. Lástima que esta breve visita fue tan breve.
Más tarde, desde el barco y ya rumbo a Atenas, contemplaba la cercana costa turca de Licia. Otro paraje con abundantes reminiscencias históricas, que me gustaría visitar a bordo de un velero…En algún lugar de esa costa fue donde unos piratas al mando de Polígono ocultaron a Julio Cesar, a quien secuestraron para pedir un cuantioso rescate. No sabían con quien se la estaban jugando…
Una vez liberado, Julio Cesar se fue a Rodas y consiguió que le prestasen varios trirremes y tripulación. Con ellos regresó a la guarida de Polígono y capturó a los piratas, a quienes llevó a Pérgamo, donde les hizo crucificar a todos