18 de gener 2010

Mykonos

Cuando llegas a Mykonos vienes como muy preparado para lo que vas a ver. Tanta es la fama de esta isla, que quizás depositas en ella más expectativas de las que después encuentras.

Puede ser que los aficionados a la lectura nos hayamos hecho un poco la imagen a través de los numerosos autores que las han elegido como escenario para alguno de sus libros, como por ejemplo Durrell (Islas Griegas) o incluso Murakami, en Sauce ciego, Mujer dormida.
O también puede ser que al tener en el otro lado del Mediterráneo lugares muy parecidos, no nos llama tanto la atención. Ibiza por ejemplo, o Mijas en Málaga, o Sitges, o tantos otros fuertemente turísticos.

Sin embargo, no quiero decir que el lugar no sea atractivo, pero seguramente lo valoraría más si fuese capaz de verlo con ojos centroeuropeos o japoneses, pongamos por caso.
Uno se espera encontrarse a Anthony Quin bailando un sirtaki en la playa, para recibirnos, pero la única referencia a Zorba que pude encontrar fue el nombre de un restaurante cercano a la villa. Lo que si nos recibió fue una ristra de pulpos delante de u restaurante playero, puestos a secar al sol como paso previo a su condimento.

Por lo demás, callejones laberínticos llenos de tiendas orientadas al turismo (mucha tienda de alto standing). Plazas pequeñas y recoletas, sombreadas por buganvillas y llenas de restaurantes, cuyos menús estaban escritos mayormente en castellano. Cosa sorprendente ¿no?

No estuvimos mucho tiempo en Mykonos puesto que prácticamente era una escala del barco y por tanto no pudimos apreciar la isla en su conjunto, pero voy a señalar dos cosas que si nos gustaron:

  • Los molinos de viento, que nos recordaron otros molinos manchegos o también similares situados en las Baleares y,
  • La puesta de sol, auténtico espectáculo – también en Ibiza se puede contemplar en parecidas circunstancias – seguido con arrobo por los turistas y aplaudido vehementemente al finalizar.

Y poco más… Intuimos playas de aguas claras y arenas blancas, pero solo se nos quedó en eso, en una intuición. Llegamos a las 6 de la tarde y estábamos nuevamente en el barco a las 9 de la noche. Eso si, nos dio tiempo para hacer algunas fotografías de las que dejamos una muestra.