20 de novembre 2005

PIM, PAM, PUM, FUEGO


Concha Velasco estaba tendida en el suelo, en una actitud de abandono y con cara desesperada y Fernando Fernán Gómez, de pie delante de ella la miraba con expresión, bueno, es difícil de imaginárselo, pero en fin, pongamos que con expresión libidinosa, diciendo,

“¿Lo ves? ¿lo ves? ¿Ves cómo eres tu quien me lo pide?”.

En ese momento se encendieron las luces del Palacio de la Prensa, el cine de Madrid donde estaba viendo “Pim, Pam, Pum, fuego” y se interrumpió la película. Una voz se oyó,

“Por favor abandonen ordenadamente la sala, porqué hay una amenaza de bomba”. Lo de abandonar la sala fue rápido, porqué aquella desangelada noche de Noviembre de 1975 éramos más bien pocos los que habíamos acudido al cine.

Tardé unos cuantos años en enterarme de si el bueno de Fernando conseguía sus propósitos con Concha, puesto que no vi de nuevo la película hasta que la pusieron en Televisión. En el ambiente gélido de la noche se notaba un “mar de fondo” mucho más denso. Franco estaba a punto de morir, su agonía prolongada artificialmente ponía al alma en vilo a las dos Españas y todo el mundo sabía que iba a ocurrir algo. El alma en vilo porqué unos no querían que ocurriera y otros porqué pensaban que al fin iba a ocurrir.

Estos días leyendo la abundante información aparecida en prensa, televisión, radio, etc. me parece un episodio muy lejano, como si estuviera leyendo una biografía de otro. ¿Vale la pena rememorar tan minuciosamente aquellas fechas, e incluso hacer especulaciones sobre lo que ocurrió?

A quienes no vivieron aquellas circunstancias deben de parecerles episodios históricos remotos, cómo me ocurría a mi cuando niño o adolescente oía hablar en cuchicheos de la guerra civil y de la vida en los años treinta, aunque tan solo habían transcurrido apenas quince o veinte años.

No obstante, aunque quienes lo vivimos en directo, aquella época, la de antes y la de después, sintamos cansancio ahora de ver nuevamente en los medios la afilada cara en la que la muerte había sentado ya sus reales, para aquellos que no lo vivieron es necesario conocer que ocurrió. Porqué aquello dio paso a lo que ahora es este país.

Que nos guste o no lo de ahora es otra historia. Ah!, por cierto, lo de hacer del Valle de los Caídos un monumento común para todos los que perecieron como consecuencia de la guerra civil, no me parece bien. Aparte de lo feo que resulta el monasterio, sería imposible verlo como un factor de reconciliación. Lo que hay que hacer es cerrarlo y a los muertos enterrarlos, incluso en la memoria activa, no en la histórica.


Jordi Nounou